Conducta Antisocial

Con Antisocial no nos referimos a lo que coloquialmente de llama “ranchero” aislado, si no a toda aquella conducta que vaya en contra de la sociedad, específicamente a actos de daño hacia otras personas o propiedades públicas. En general, una conducta antisocial viola los derechos básicos de otras personas y las principales normas de convivencia social adecuadas a la edad. Para determinar el nivel de gravedad y el pronóstico de la conducta, la edad es un factor clave; mientras menor sea la infracción, peor será la evolución de sus acciones. En este tipo de comportamientos la agresividad es un elemento esencial por ser la base de la motivación, aunque también se vivencia ansiedad, resentimiento y falta de motivación hacia las actividades socialmente aceptadas.

Dentro de las conductas antisociales podemos encontrar desde fanfarronear hasta amenazar, intimidar, iniciar peleas en un primer nivel. En un segundo rango, existen acciones más fuertes como manifestar crueldad física hacia otro ser vivo (es decir, animal, planta, bicho, etc). Finalmente, dentro de las acciones más graves están mentir y robar. En la adolescencia, una conducta antisocial puede llegar a ser agresión sexual, escapadas de casa, provocación de incendios, uso de armas, entre otras. Estos problemas de conducta, lamentablemente, están estrechamente vinculados con una pobre dedicación y supervisión de los padres, así como prácticas de disciplina ineficientes con órdenes vagas y sin reprimendas. De la misma forma, dentro de sus causas se encuentra un contexto cultural difícil, y malas relaciones interpersonales. Estos niños no logran discernir o no les importa lo que está bien de lo que está mal.

Ahora bien, ¿qué hacer con estos casos? Evidentemente estos casos requieren de atención inmediata y una adecuada intervención multidisciplinaria podría modificar el camino del niño, enseñar habilidades y desarrollar fortalezas; pero es fundamental que este trabajo esté anclado en un cambio en la dinámica familiar para que surta efecto. Se debe prestar mayor atención al desarrollo social, ya que en éste se utilizan estrategias como resolución de conflictos, empatía, escucha y la integración de normas sociales y morales. Sin embargo, un tratamiento aislado generaría pocos cambios si al salir del consultorio se enfrenta con la misma cruda realidad. Por lo tanto, una orientación y trabajo con los padres en cuanto a límites, vínculos y comunicación ayudaría a reforzar mucho el trabajo terapéutico. Además el trabajo en estos casos requiere de además una intervención familiar.

 

Referencias:

Wicks-Nelson, R., et Allen, I., (2009), Psicopatología del Niño y del Adolescente, Ed. Pearson, España.

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