Vínculo y Apego

Para el sano crecimiento del niño es fundamental el vínculo madre-hijo de los primeros años, ya que es la experiencia fundamental que lo inicia en su existencia. Uno de los requisitos fundamentales para asegurar el buen trato de los niños es que los vínculos de los padres con sus hijos sean sanos. La existencia de estas relaciones depende fundamentalmente de los procesos de apego. 

“En los infantes existe una propensión innata a entablar contacto con otros seres humanos y apegarse a ellos. En este sentido, existiría en ellos una necesidad de poseer un objeto propio independiente de la comida, necesidad que, sin embargo posee un carácter tan primario como la de alimento y calor. A esta teoría le denominaremos teoría del apego a un objeto primario.” (Bowlby, 1993).

La formación y el desarrollo del apego ocurre a través de un proceso relacional que primeramente es sensorial durante el embarazo, como el reconocimiento de la voz o el tacto de mamá, seguido de la reacción afectiva del adulto después del nacimiento. El apego es aquello que produce los lazos invisibles entre los familiares y está caracterizado por el sentimiento de pertenencia a ese grupo en particular. Por lo tanto, tendrá la capacidad de elaborar una imagen interna de esas personas, con el fin de poderlas evocar en situaciones de angustia; lo cual le permitirá tener una base segura que lo motive a explorar su entorno y convivir con extraños. 

El apego va formándose desde que nace y conforme el niño va creciendo. Así, en las primeras semanas  de vida tendrá preferencia por los estímulos humanos aunque no reconocerá a sus principales cuidadores. Poco a poco va identificando a su madre, padre, nana y después, hasta los 8 meses podrá comenzar a diferenciarse, primero a través del llanto, el gateo, etc. En seguida como consecuencia del fin de la separación, hasta los 18 meses tendrá este tipo de angustia frente a la ausencia de su figura de apego (generalmente la madre). Finalmente, de acuerdo a las experiencias vividas podrá desarrollar un estilo de apego que lo determinará por el resto de su vida. 

La importancia del apego es de tal magnitud, que el propio apego de un padre repercute en el desarrollo del de sus hijos. A través de éste, podrá llegar a ser una persona capaz de vincularse afectivamente y aprender de la relación con los demás. Este es el punto de partida para el desarrollo paulatino de la confianza en sí mismo y de su entorno. Si no se logra una adecuado vínculo primario se puede dañar gravemente sus capacidades posteriores de vinculación y de aprendizaje. 

Existen cuatro tipos de apego que se instauran de acuerdo al tipo de infancia que se ha vivido. El primero es el seguro, el cual es el adecuado, ya que instaura la confianza básica. Si éste no se logró, se puede desarrollar uno de los tres tipos de apego inseguro: 

  1. Evitativo: se caracteriza por la evitación del establecimiento de relaciones interpersonales, sintiendo de esta forma seguridad al inhibir su ámbito emocional. Son personas que les cuesta trabajo abrirse emocionalmente, que gustan de trabajar solos y por mostrar agresividad pasiva. 
  2. Ansioso-Ambivalente: este tipo de apego tiene como principal característica la ansiedad generada por la incertidumbre de si es amado o no, si interesa o no, si se es valioso o no. Prevalece una sensación de no sentirse suficiente, amado o agradable para el otro. Por lo que, son personas que gustan de llamar la atención para sentirse queridos. 
  3. Desorganizado: las personas con este tipo de apego no tienen un patrón, por lo que no pueden responder de una forma regular en las relaciones interpersonales. Pueden percibir a las personas como inaccesibles, peligrosas o abusadoras y presentan un miedo crónico intenso por relacionarse. Asimismo, es frecuente que hayan pasado de un cuidador a otro, lo cual ocasionó inestabilidad afectiva. 

 

Bibliografía

Dolto, F., Las etapas de la infancia: nacimiento, alimentación, juego, escuela, Ed. paidós, Barcelona, 2000, 182 pp.

Barudy, J., Los buenos tratos a la infancia: parentalidad, apego y resiliencia, Ed. gedisa, Barcelona, 2007, 253 pp.

Bowlby, J., El vínculo afectivo, Ed. Paidós, Barcelona, 1993, 418 pp.

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