Sonambulismo, Pesadillas y Terrores Nocturnos

El sonambulismo, las pesadillas y terrores nocturnos son denominados científicamente como parasomnias (un tipo de trastorno del sueño). El primero se refiere a los movimientos corporales inconscientes en un estado de sueño. Es decir, el niño se levanta, se sienta, camina, tiene los ojos abiertos “en blanco” en un lapso que puede durar desde pocos segundos hasta treinta o más minutos. Otra característica más de este trastorno es que el individuo no recuerda nada de lo sucedido. Esta acción es sumamente peligrosa para el sujeto, ya que éste no coordina sus movimientos y puede haber daños físicos. Una explicación viable a este suceso es la inmaduración del cerebro, en especial del sistema nervioso, lo cual genera la activación del cuerpo en una fase del sueño (en especial de la primera a la tercera hora). Por lo que, usualmente este trastorno desaparece en la adolescencia, cuando ya se ha completado la maduración fisiológica. Como en cualquier problema, los factores ambientales inciden en la intensidad y prevalencia de los trastornos. Por lo que, un nivel elevado de estrés, fatiga puede precipitar la aparición de episodios de este tipo.

Enseguida, las pesadillas y los terrores nocturnos son otra parasomnia que afecta el ciclo del sueño. Ambos son reacciones de miedo que se producen durante la noche, aproximadamente a las dos horas de haberse dormido. Éstos suelen padecerlos más los varones, especialmente entre los 4 y 12 años de edad. Los terrores nocturnos parecen mucho más alarmantes, ya que el niño se sienta en su cama y grita (sin estar consciente), segundos después se acuesta y se vuelve a dormir y no recuerda nada de lo sucedido. Asimismo, la respiración y el ritmo cardiaco aumentan, a la vez que se manifiestan movimientos repetitivos. En cambio, en las pesadillas (que ocurren en la fase profunda del sueño -MOR-) a veces se llega a recordar la historia de las mismas, contenido que es mucho más tratable en psicoterapia. Éstas ocurren entre los 3 y 6 años de edad.

En cuanto a tratamiento, lo ideal es tratar la ansiedad en orientación psicológica, ya que médicamente se ha comprobado que los episodios desaparecen espontáneamente. Sin embargo, psicológicamente se atañe a alguna modificación en el ambiente familiar o cercano. En terapia, se puede exponer al niño gradualmente a la fuente de sus miedos, así como brindar herramientas de defensa y trabajar en aspectos psicológicos como la seguridad, autoestima, etc. Al igual que en cualquier trastorno, la correcta participación de la familia logra resultados mucho más rápidos y duraderos. Por lo que, una sana protectividad de la misma ayudará en la desaparición de las ansiedades.

 

Referencias:

Wicks-Nelson, R., et Allen, I., (2009), Psicopatología del Niño y del Adolescente, Ed. Pearson, España.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *